Imaginación y creatividad, transporte

Imaginación y creatividad: el transporte público como aliado

Todos queremos una vida creativa, ¿o no? No importa si escribís o si solo te gusta leer. Imaginación y creatividad van de la mano, no creo que nadie vaya a cuestionar eso. Pero siento que a veces la gente cree que “alimentar la imaginación” (o la creatividad, que en este caso sería lo mismo) implica mucho más trabajo de lo que realmente es. Para mí, la clave está en vivir con los ojos más abiertos. O en este caso, con los oídos más atentos.

En la última entrada hablé de las sincronicidades que vengo viendo estos días. Acá otra que me pasó en relación a las notas de escritora y el transporte público.

Durante la pandemia limité mucho su uso. Si estaba sola no con el niño (de un año primero y después dos), caminaba. Con la vuelta a la presencialidad en el profesorado donde doy clases, volví a al regularidad del transporte público. ¡Y cómo lo extrañé!

No, no soy masoquista, pero escuchar conversaciones de la gente entre sí es algo que siempre me abre la imaginación. Claro, a veces no es entre sí sino por teléfono, hábito que no termino de entender porque parecen olvidar que no están en el sillón de casa y te pueden dar acceso a la mayor de sus intimidades. Yo igual, siempre agradecida.

Y ahí aparece la sincronicidad. Estaba leyendo el ensayo de Lidia Davis “Treinta recomendaciones para tener buenos hábitos de escritura” de su Ensayos I (Eterna Cadencia lo publicó en español) porque me interesa su enfoque sobre las notas de escritor y me encontré con su consejo de tomar transporte público. Además de la posibilidad de escribir en ese tiempo aparentemente “muerto”, explica la idea del contacto con otro de una manera que me parece muy hermosa: nos permite salir de la limitación de nuestro mundo escogido. Y sí, creo que es eso lo que tanto me nutre y no me daba cuenta que extrañaba.

Acá algunos de las conversaciones que me divirtieron estos días.

Ay querido, quiero ser vos

Situación: subte A, chico y chica en los veinte, compañeros de estudio por lo que llego a entender. Ella quiere ver al novio, pero él vive lejos y le da pena armar un encuentro para esa tarde porque no tiene mucho tiempo para estar con él. “No lo voy a hacer venir por una hora, hora y media”, decía. La respuesta del amigo (y su tono) me fascinaron: “Ese no es tu problema. Vos decile y dejalo que decida él si está muy cansado y prefiere hacer planes otro día”. Ella protestaba porque sabía que él le iba a decir que sí, cansado y todo.

Me encantaron tres cosas: la certeza de ella del entusiasmo del novio para verla, el entusiasmo en sí del novio (¿cuándo nos volvimos tan calculadores con la necesidad de que los encuentros “rindan”?) y la lucidez del amigo de mandar a la chica a hacerse cargo de su deseo (llegó a amenazarla con mandarle el mensaje él).

Me quedé pensando, mientras me bajaba, que me hubiera encantado tener claro a mis veinte que una no tiene que hacerse cargo de lo que va a sentir el otro frente a un deseo, que las ganas del otro, y el precio que tenga que pagar por esas ganas, le corresponden al otro.

Me hubiera gustado saber cómo terminó la historia, si realmente habló con el novio, porque no la noté convencida. En realidad, lo que me hubiera encantado hacer es decirle “Escuchá a tu amigo, te esta regalando una gran verdad. Si la aprendés ahora, te va a hacer la vida mucho más fácil”. Pero todavía no me siento tan señora mayor como para hacer eso con la impunidad que se requiere.

¿Nos desnudamos en público?

La otra escena es más simple. Hombre de unos cuarenta y tantos hablando (muy fuerte) por celular en el colectivo. No lo conocía, claro, pero pude, por el tono que usaba, saber que hablaba con una mujer, novia o símil (pero todavía en etapa de conquista). Estaba atenta y sí, era una mujer (del status entre ellos no llegué a saber, pero no dudo de lo que percibí: estaba en plan seducción).

La conversación en sí no me apreció interesante (ya ni la recuerdo), pero lo que me encantó fue comprobar lo fácil que podemos detectar cosas en completos desconocidos, lo que equivale a decir, qué fácil que nos delatamos sin darnos cuenta.

No sé si esto equivale a nota de escritora, sospecho que no es exactamente lo que Lydia Davis tenía en mente, pero sin duda, es mi manera de abrir la limitación que implica quedarme en el mundo que escogí para mí.

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