“Nunca trates de tonto al lector, pero tampoco lo conviertas en un adivino” fue la máxima que me inventé cuando me pidieron una para el video conjunto que se armó para la presentación de la antología “Nuevo Cuento Argentino”, que publicó la Facultad de Filosofía y Letras (UBA) y lo pueden ver acá:
Por varias devoluciones a alumn@s esta semana vengo pensando mucho en esa frase. Apunta a cómo se maneja la información en literatura. Es muy común que a la hora de dar esos datos que el lector necesita para entender un cuento se adopte un tono que yo llamo “estimado lector”. Cuando al leer sentimos que nos están “informando” de algo, perdemos confianza en el narrador. El pasaje de información tiene que ser siempre funcional a la narración y, como la cámara en el buen cine, no tenemos que darnos cuenta que está ahí.
Pero el miedo a caer en el “estimado lector” genera otro problema por sobrecompensación y a eso apunto con el “tampoco lo conviertas en un adivino”. En lugar de buscar maneras oblicuas y sutiles de que el lector sepa lo que necesita, se elimina toda frase que se considera “explicativa”, sin detenerse a pensar si hay algo vital ahí que se pierde. ¿Resultado? Un lector que tiene que adivinar casi todo, lo cual genera un texto que no se termina de entender, mucho menos disfrutar.
Claro, aprender ese delicado equilibrio lleva práctica y, sobre todo, mucha reescritura, pero para eso estamos, ¿no?