Algo me quedó rondando de la entrevista con Federico Falco de la otra semana (podés verla acá): él mencionó que al escribir Los llanos en ningún momento se dijo que estaba escribiendo una novela. Ese miedo a caratular un proyecto me parece muy interesante, lo veo en la línea de lo que él decía sobre volver a la escritura como práctica en sí misma. El trabajo es sentarse todos los días y escribir.
¿Qué me quedó rondando? Algo que está muy presente en mi cabeza en estos tiempos (por algo las charlas tienen de título “Del proyecto al libro”): ¿qué es tener un proyecto de escritura creativa? Y sobre todo ¿para qué sirve? O mejor dicho ¿sirve?
Como todo lo que es importante en la vida, la respuesta depende mucho de para quién algo puede funcionar o no (depende incluso del momento vital de la persona). En el caso de Falco, es claro que, en la instancia de su carrera en la que él se encontraba cuando empezó a perfilarse Los llanos, necesitó liberarse de cualquier posible utilidad futura. Usar sus notas para que todo quedara dentro de un mismo cajón sin pensar mucho a futuro. Trampas contra la ansiedad, digamos, y bienvenidas sean.
Ahora bien, una cosa es ser un escritor establecido, con varios libros detrás que ya te dan la confianza de saber que vas a poder convertir todo ese material en algo coherente, y otra es estar en tu primer o segundo manuscrito. O ni siquiera, estar apenas con todas esas ganas de escribir que terminan en archivos sueltos, todos a medio camino sin lograr cuajar.
Vengo constatando, desde que empecé a poner el foco ahí, que muchas veces el famoso problema de la constancia a la hora de sentarse a escribir va de la mano de la falta de definición del proyecto. Incluso en la charla con Falco, vemos que él llamaba al “proto” Los llanos, “el texto de la huerta”. No sabía hacia dónde iba a ir, pero si identificaba que había todo un material que iba en esa misma dirección, que era narrativa y ficcional (ehem, ¿alguien dijo “novela”?).
¿Por qué creo que encarar la escritura desde un proyecto puede ser un gran aporte? Porque nos da empuje, nos ordena esas “ganas de escribir” y hace que sea más fácil sentarse de manera constante. Implica asumir un compromiso con eso que tenemos entre manos: hay algo ahí que, si no ponemos el trabajo detrás, estamos dejando morir.
Claro que la idea de “orden” acá es relativa. Me doy cuenta cuando hablo de estas cosas que mucha gente cree que un proyecto de escritura es algo así como el diagrama argumental completo de una novela e ir escribiendo capítulo a capítulo todos los días. En primer lugar, nadie dijo que tiene que ser una novela, en segundo, el orden que aporta nada tiene que ver con cierta imagen (o fantasía) cuadriculada. Nada en la escritura es tan estructurado, por eso mismo creo que buscar algunas estructuras ayudan tanto.
¿Qué es entonces “tener un proyecto de escritura”? Para mí es algo tan simple como un propósito claro, una imagen en mente de hacia dónde vamos, una suerte de cajón mental. Por ejemplo, quiero juntar los cuentos que tengo, relevar cuáles están en un borrador muy crudo y cuáles están más avanzados, cuáles son un esbozo y bajar a papel algunas ideas que me vienen rondando sobre cuentos para escribir. Ahí mirar todo, ver si eso conviviría en un universo que sería “mi libro de cuentos” y empezar a corregir (sin expectativas, sin presiones, esa es la clave), escribir y reescribir, con ese fin en mente.
Si venís de hacer talleres de ejercicios y no tenés ni un solo relato, ver de esos ejercicios cuáles te gustaron particularmente y empezar a convertirlos en cuentos. La idea es, nuevamente, un futuro libro de cuentos en los que puedan convivir esos relatos. Cómo lo vas a armar y todos los pormenores vendrán después, pero sabés que hay un objetivo mayor al que estás apuntando. Y no, no hace falta que digas “en un año lo escribo”, porque eso sí que es meterse presión y la creatividad no funciona con el reloj en la mano.
Para mí, pensar (fantasear, si sentís que “pensar” le daría demasiado peso, sería como ya ponerle un título a algo) en un proyecto nos genera un espacio mental que aporta mucho a vencer el cotidiano y sentarse a escribir. Porque, honestamente, el cotidiano atenta contra la escritura y siempre opera como fuerza de roce que hay que vencer para ponernos en movimiento.
¿Esto sirve para todo el mundo? No, claro que no. Hay gente que basta que una le mencione que puede estar escribiendo una novela y no cuento largo para que de golpe, del susto, no se le ocurra ni una idea más. Ese tipo de personalidad necesita más tiempo para sentirse que encarar un proyecto de escritura creativa no implica “ah, ahora me comí el verso de que soy escritor/a”, sino, simplemente poner esa práctica en función de algo. Hay gente a la que la totalidad la abruma y se acerca a ella sin mirarla mucho, de a una página por vez. Está perfecto. Lo que sea que haga que una escriba, está bien. La gracia, para mí, está en conocerse y también en probar distintos enfoques y ver qué pasa.
Reconozco que yo amo ver la totalidad, leer dos, tres cuentos de un alumno y empezar a imaginar qué libro podría escribir esa persona. Pero bueno, cada cual con su vicio, ¿no?