Crianza siglo XXI

Crianza siglo XXI: esos locos bajitos

La maternidad está llena de luces y sombras, no estoy diciendo ninguna novedad, y la crianza en el siglo XXI tiene desafíos extra, sin duda, pero cuanto más pasa el tiempo, más me convenzo que los desafíos de esas supuestas nuevas infancias siguen siendo los mismos. Y los miedos, ni hablar. 

En este salpicado de situaciones con mi hijo, más que querer presentar mi mirada de la infancia (yo, como madre, que el observo el niño), elijo pensarlo como si Gael me prestara un poco sus ojos, contemplar el mundo desde su perspectiva. Pero claro, sigo siendo yo, eso es inevitable.

Te quiero libre, pero cerquita de mí

Dos segundos de distracción y puede ser el fin de algo. Lo sé, lo escuché ya mil veces. Pero no estoy preparada para que esos dos segundos no sean de distracción y pasen delante de tus ojos con plena conciencia.

Nos habíamos saludado con el puñito, porque son niñes pandemials. Mi hijo me había pedido upa y ella había salido corriendo, delante de mí y de su papá que aceleró el paso para seguirla, mientras le decía que no corriera.

Y yo, que descreo de los efectos visuales de cámara lenta y cámara rápida, juro que vi todo así, lento y rápido al mismo tiempo. La trompa del auto que sale del garage del edificio, la nena que se cruza, el grito del padre llamándola. Ella se detiene. Todo es a cámara lenta. 

Dejo de respirar y creo que aprieto más fuerte a mi hijo, que está en mis brazos. Y después todo se acelera. Primero el auto me bloquea la vista y después la veo. La mujer, que no sé quién es, pienso que es otra madre del jardín pero después entiendo que no, que estaba ahí, que llegó a tiempo, abrazando a la nena. Ella, que sí, está del otro lado. No ha pasado nada, me digo mientras me obligo a respirar, a no correr. Paso al lado de ellos, mientras el padre la reta, enérgico, tan lleno de amor y de miedo. No dejo a mi hijo en el suelo, no la abrazo como querría. Solo le acaricio rápido la cabecita, que está gacha, recibiendo los retos del padre. Tranquila, compungida, pero sin llorar. 

Un señor que pasa le dice al padre que el auto estuvo mal, que salió sin mirar. Creo que defiende a la nena, o tal vez quiere calmar la angustia del padre, no sé. Él igual insiste que la nena no puede salir corriendo así. Pienso que es mejor si nuestros hijos aprenden pronto a no confiar en que los adultos haremos las cosas bien, si no esperan que saquemos los autos despacio si nuestro garage está pegado a un jardín; mejor enseñarles a desconfiar de nosotros, del supuesto orden de las cosas.

Trato de no pensar en todo eso y me concentro en lo que hay: el sol, mi hijo sentado en el escalón, esperando que abran la puerta. Sonriendo, siempre sonriendo él. Le habla con gestos y su media lengua a la nena, como si quisiera decirle que ya pasó, o explicarle que nos asustó a todos, o tal vez solo le hable de que pronto van a abrir la puerta y arrancará ese universo de juego, donde no hay padres y retos.

Y la puerta se abre, sí, y ellos entran, apurados, como siempre. Yo me alejo sabiendo que las piernas ya no me tiemblan. No ha pasado nada, me digo, como si quisiera dejar algo atrás, aunque todavía no sé bien qué.

Criar un hijo lector

“Quiero que mi hijo/a lea?”. Y sí, ¿quién no querría eso? Si hasta los adultos que no leen quieren que sus chiquilines lo hagan. Pero el otro día pensaba ¿cuándo empieza el amor por los libros?

Algo que a lo que me encanta prestarle atención es qué elige mi hijo cuando recién llegamos a casa después de estar unos días afuera.

Esta vez habían sido 15 días, algo inaudito en los últimos dos años. Lo dejé en su pieza para entrar bolsos mientras el papá estacionaba el auto.

Me imaginé que a los cinco segundos lo iba a tener al lado mío. Mejor dicho, en mi camino. Pero no, a él le encanta romper con las expectativas (ni se imaginan cuánto). Pude entrar los bolsos y su cochecito sin ninguna interrupción.

Lo escuchaba hablando en esa lengua inentendible suya. Me acerqué despacio y lo espié.Estaba sentadito en su cama, con varios libros alrededor. Gesticulaba y señalaba cosas página a página, mientras las iba pasando.Terminaba con uno, se bajaba, iba a su bibliotequita, elegía otro y volvía a subir, con mucho cuidado; el elegido en brazos.

La escena se repitió hasta que en la biblioteca no quedaban más libros.

No lo filmé, porque soy lenta de reflejos (y me gusta decirme que es porque me concentro en estar presente, en ser YO la que registra y no el aparato).

Cuando me vio, se sonrió y fue a la puerta a esperar al padre. Yo me debo haber quedado mirándolo con cara de boba. Sentí que algo había hecho bien, pero al mismo tiempo, que ese “logro” no me pertenecía. Iba mucho más allá de mi ejemplo de lectora, de la cantidad de libros en casa, de que no puedo comprarme uno sin elegir otro para él.

Ese amor también es suyo, es parte de quién él es, y yo solo creé el ambiente propicio para que pueda explorarlo. Y claro, también sentí “esto tengo que registrarlo”. Así que acá estoy, cumpliendo conmigo.

Lo que enseña la risa

A mi hijo Gael, la risa lo hace llorar. No cualquier risa, ama reírse, de hecho, pero si alguien larga una carcajada y él no entiende por qué, se pone a llorar. ¿Demasiada emoción imprevista para que su cuerpito de dos años (ya debería decir casi tres) procese?

Durante un tiempo esa angustia repentina suya me preocupaba, por más que calmarlo era fácil: bastaba con explicarle de qué nos reíamos y abrazarlo.Pero entonces recordé algunas escenas de mi propia infancia. Llorar con desconsuelo, por ejemplo, cuando mi hermano me dijo que mi abuela no vivía en el mismo barrio que nosotros. Me negué a creerlo: si podíamos ir caminando a su casa y no tardábamos más de diez minutos. Mi hermano me insistía que no, que vivíamos en Almagro y ella en Caballito. Cuando mi mamá me lo confirmó, lloré a mares, como si esa diferencia implicara algo más que delimitación geográfica. No podía explicar qué me alteraba tanto. Ahora creo que era el desconcierto de que el mundo no era como me lo había configurado.

Así que lo miro a Gael cuando llora porque nos reímos sin él, le explico qué nos causó gracia, y le digo al padre: «y sí, lo saca de mí».

3 comentarios en “Crianza siglo XXI: esos locos bajitos”

  1. Muchas gracias por compartir. Me encanta que puedas guardar en escrito los momentos y reflecciones de crianza como madre y escritora ❤️👍👏

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *