Los autores “profesionales”, que publican sus libros, ganan premios y salen en los diarios no necesitan consignas de escritura. No digo esas de taller literario («contá un situación en la que tuviste mucho miedo»), sino desafíos propios, excusas para sentarse a trabajar. No, claro que no. Ellas siempre saben qué proyecto tienen entre manos y se levantan todos los días con plena conciencia de qué van a narrar hoy.
¿Te suena? Si además de resultarte familiar, lo creés, NECESITÁS (así con mayúsculas) escucharte esta charla. Mori derriba varios mitos, pero creo que si algo engloba nuestra conversación, si bien no fue necesariamente el eje, es que necesitamos desafíos para sentarnos a escribir, partir de algún tipo de consigna interna, de “ahora voy a escribir un texto que tenga estas características”, que en el caso de Mori suele estar asociado con la restricción formal.
Como siempre, acá va el punteadito caprichoso de momentos que me parecieron luminosos, dos aclaraciones y tres reflexiones a posteriori.
5 puntos clave que no te podés perder
- El arte de traducir poesía [14:30 min]
- Los disparadores de escritura y trabajar por encargo [26:30 min]
- De Facebook al libro: Okasan [48:05 min]
- La intimidad en los libros vs la intimidad en las redes [53:40]
- De cuando Mori quiso ponerse una peluca rubia (y no lo recuerda) [57:45]
Aclaraciones: la nota a la que Mori hace referencia (“Un día sucede”), suerte de crónica sobre la muerte de su madre, pueden leerla o escucharla acá (es IMPERDIBLE). La frase que asesiné es “toda consigna tiene algo de valla y algo de trampolín”, y es del grupo argentino Grafein, que surgió a principios de los setenta para escribir y reflexionar sobre la práctica de la escritura.
Dudar de la obra es sano
No sé si te pasó, pero me imagino que más de una persona debió sentir que Mori “exagera” en esa reacción previa a publicar, esa necesidad de revisarlo todo, esa sensación de “esto no sirve”. Aunque no es una situación que se la “desee” a nadie, porque ahí ya estamos en una carrera contra el reloj, donde hay una editora del otro lado que tiene tiempos que cumplir, me dejó pensando sobre la duda, la necesidad de dudar.
Vivimos en una época que, por muy posmoderno que parezca todo, estamos siempre a la búsqueda de certezas. Si no fuera así, no verías por todos lados titulares de “las 7 maneras de…”, “cómo lograr que… en 5 pasos” etc. Habitamos un mundo lleno de gurús, parece, de gente que tiene claro cómo alcanzar hasta el más elusivo de los objetivos. Hay pasos a seguir, listas, recetas. No sé a vos, pero a mí un poco me ahoga.
Y escuchándola a Mori recordé por qué: el arte necesita de la duda más que de la certeza.
Nada me parece más peligroso que el escritor que está todo el tiempo convencido de que está haciendo (o ya hizo) un libro genial. No hablo acá de humildad, o falsa modestia. Me refiero a la duda verdadera, al cuestionarse la obra, como Mori se cuestiona, incluso, sus disparadores, por más que sepa que son excusas para escribir.
Quien siempre está segura de lo que está haciendo, no está arriesgando nada, solo está en modo de repetición. Y para mí ahí es cuando “el oficio” puede volverse una trampa.
Creo que viene bien amigarse con la duda, no verla como “falta de seguridad”, no acallar rápido sus cuestionamientos. Es la única manera de garantizar que no vamos a quedarnos repitiendo lo que ya sabemos que funciona.
El camino de libro a libro: la búsqueda de la voz propia
Me encantó ver lo claro que Mori tiene su proceso de libro a libro, las necesidades que le hicieron escribir uno u otro. Por ejemplo, ver Busco un amigo como la oportunidad de entrenar ciertas habilidades que, sabía, necesitaba para escribir esa otra novela que recién ahora (doce años después) logró terminar. Y también la consciencia de que está, finalmente, encontrando al voz con la que quiere contar sus historias.
Me parece un baño de humildad ver que lleva libros ir encontrando esa voz, acercarnos a cómo queremos narrar. También me resulta tranquilizador pensar que no todo tiene que cerrarnos en un único libro, que nuestra obra se extiende y que la escritura es un ejercicio en la que los productos son solo muestras transitorias, cierres necesarios, pero que la búsqueda de esa voz propia es mucho más vasta.
La verdad en la escritura
No me refiero a la verdad entendida en términos de los hechos, lo fáctico y comprobable, sino a eso que Mori dijo al pasar pero a mí me quedó reverberando: encontrar lo verdadero en lo que estoy contando.
¿Qué sería esa verdad? Yo creo que se trata de entender qué es lo que realmente queremos narrar, vale decir, lo que se esconde detrás del artificio literario. Es algo muy personal, caprichoso, incluso. Es el deseo en estado puro, nuestra pulsión por narrar esa historia y no otra.
¿Hay otra manera de escribir, acaso? Claro que sí, encontrar el deseo y seguirlo es mucho más complejo de lo que suena, porque somos seres complejos y estamos cubiertos de capas y capas. A veces (las más, creo yo), escribimos por ego, por querer agradar, para que nos quieran u odien, para reparar lo irreparable, para la posteridad o los cinco amigos o críticos que nos importan, para demostrar(nos) algo, por la moda o por aburrimiento. Escribir para encontrar nuestra verdad solo se logra en esa faena de estar escribiendo e ir limpiando y limpiando. Es una apuesta contra el tiempo y el acelere que ya nos constituye. Y ahora entiendo que tal vez de eso hablaba Romina Doval en esta otra entrevista cuando decía de encontrar la novela detrás de los primeros manuscritos. Va mucho más allá de la forma o el oficio. Es casi un encuentro con la sombra, diría yo.
Me fascina ver todo lo que puedo ir aprendiendo de estos encuentros, esas otras verdades, pequeñas epifanías, que voy encontrando en cada una de estas charlas y que siempre iluminan también las anteriores. Espero no ser la única.