Ya sé que no estoy planteando ninguna primicia, pero mi intención con esta reseñas no es traer lo último que acaba de salir, sino libros (o cuentos) que me entusiasman mucho. Si ya leíste Los llanos, contame si algo de esto que rescato es lo que te interesó. Y si no lo leíste, acá mis tres razones para que lo hagas, pero primero, a modo de sinopsis del libro, lo que dijo uno de los miembros del jurado (esta novela fue finalista del Premio Herralde):
Sinopsis de Los Llanos
«Después de ser abandonado por su novio, un escritor decide volver al campo. Alquila una casa y dedica los días, las semanas, los meses, a cultivar zapallos, lechugas, achicorias, a pelear con los yuyos y las hormigas, a criar gallinas, mientras intenta comprender los motivos por los que fue rechazado y rememora la historia de sus ancestros, llegados del Piamonte a principios del siglo veinte. “Contar una historia cambia a quien la cuenta”, nos dice el protagonista de esta novela, quien entiende la escritura como una manera de atarse a la vida. Pero leerla también nos cambia, nos hace sentir que incluso en los peores momentos hay una tierra en la que podemos apoyar los pies e inclinarnos para encontrar la paz y una literatura a la que es posible encomendarse para reconciliarnos con nosotros mismos» (Juan Pablo Villalobos, miembro del jurado).
Eje 1: el entramado narrativo
Como dije en la charla con Federico (que podés ver acá) para mí Los llanos son tres libros en uno. La infancia del protagonista, su separación amorosa, el presente en la huerta, que es la excusa para hablar sobre escribir. No hay una búsqueda para entramarlos prolijamente, mucho menos linealmente, se trabaja con la fragmentación y superposición, pero con tanto arte que uno pasa de una sección a la otra, siempre con el deseo de la próxima parte que siga esa línea narrativa.
El trabajo con la fragmentación puede parecer sencillo, pero para que realmente funcione, para que uno sienta que todo es coherente, hace falta mucha maestría.
Eje 2: Las reflexiones sobre escritura
Este protagonista es un escritor que no escribe y sin embargo sabe y piensa tanto sobre el proceso que no importa que seas lector puro (sin intensiones de escribir más que mensajes de WhatsApp y correos de trabajo), es una fiesta para pensar el proceso creativo.
Me gusta especialmente esta cita:
“Lo que me gusta de la huerta es que no hay que pensar. Es simplemente hacer y hacer (…) El cuerpo se cansa. La mente en blanco.
Escribir, en cambio, es pensar siempre. Intentar traducirlo todo a palabras. Tratar de acercarse lo más posible a ponerles un nombre a las cosas. La mente se agota de esa precisión imposible, la cabeza parece que va explotar.
(…)
Un cuento que sea oscuridad y, solo de tanto en tanto, fogonazos de luz anaranjada, o roja, o blanca, o amarilla. Un cuento como una sucesión de fuegos artificiales. Empiezan, explotan, terminan. No hay sentido. Irrumpen en la noche, se queman en una belleza estridente y chamuscada, y al final solo hay humo, solo hay noche.
Fuegos, pero artificiales.
Explosiones parar mirar, para que otros las sientan vibrando en sus pupilas, para que le salpiquen la piel con cenizas o ascuas. Armar fuegos para que solo alguna parte, mínima e impredecible, fulgure en la pupila del otro apenas un instante. Imposible saber qué otro. Imposible saber qué parte”. (pp. 195-196)
Eje 3: cómo se narra el duelo amoroso
La pérdida de un vínculo romántico es un tema que la literatura ha abarcado una y mil veces, y sin embargo, en este libro nada tiene gusto de ya visto. La novela se instala en una la melancolía que lo cubre todo, que nos recuerda constantemente el estado de duelo, por más que son pocos los fragmentos que hablan de la ruptura y casi nada se dice abiertamente de ese estado de bloqueo interior en el que parece estar suspendido el protagonista.
De los fragmentos de la ruptura (en este caso, post-ruptura), este me parece especialmente hermoso.
“Ciro llegó puntual. Por alguna razón, en esos dos meses que habíamos estado sin vernos, me había olvidado de su aspecto, de cómo estaba ahora, de la persona que él ahora era. Todo ese tiempo, todos esos días, cada vez que había pensado en él –la mayor parte del tiempo– lo había recordado como el chico que había sido cuando recién nos conocimos: apenas un poco más flaco, con menos músculos en los brazos, con más pelo y la cara más suave, menos marcados los pómulos, la mandíbula.
Verlo de golpe restituido a su edad actual me hizo sentir de pronto todo el tiempo que habíamos pasado juntos, un gran bloque de tiempo –de vida–, ahí sobre nosotros, actuando como la gravedad sobre nuestros cuerpos. Me puso triste.
Se había comprado unos pantalones nuevos (…) Tampoco le conocía la camisa.
Te queda bien, le dije.
Gracias, respondió él.
La vida seguía, y él quería estar lindo para otra gente”. (p.32)
¿Querés más Falco?
Si te quedaste con ganas de más, acá una entrevista que le hizo Malena Rey
Y data sobre Cielos de Córdoba, que reeditó en junio Eterna Cadencia.