talento innato, el fantasma

Decime, ¿tengo talento?

No te preocupes, no te lo estoy preguntando a vos.

Hace bastante que este tema me ronda. Me pasó, en una misma semana, que varias personas que trabajan sus textos conmigo me preguntaron más o menos, con distintas palabras, lo mismo: ¿vos creés que yo tengo talento? No lo dijeron así, claro, pero la idea debajo de la pregunta era esa. Me di cuenta que el tema me convocaba y, al mismo tiempo, que me costaba mucho sentarme a pensar en el papel. Eso suele ser un indicador de que hay algo ahí que necesito desentrañar. Acá entonces, después de muchas vueltas, mis pequeñas verdades sobre el añorado don natural.

¿Innato? ¿Natural? ¿En serio?

Si me costó ponerme a escribir sobre este tema es porque me resultaba imposible no sentirme identificada con la pregunta de mis talleristas: durante mucho tiempo yo también esperaba que el afuera me definiera si era verdad que yo tenía talento. El afuera podía ser un maestro, una escritora admirada, los concursos o los premios.

Lo que descubrí es esto: esa necesidad nace de creer que el talento es algo que se TIENE y no una práctica.

Me explico, dudo que si estás acá pienses que el talento es innato y no hace falta ponerle trabajo detrás (de hecho me cuesta pensar que hay gente que realmente cree eso), pero el eje suele ponerse en que el esfuerzo y la constancia permiten desarrollar el talento y no que ahí este surge.

Yo no creo que nadie tenga talento innato (sí, lo dije). Si vemos a los chicos, nos damos cuenta que la creatividad es intrínseca del ser humano. Para mí hay predisposiciones: te puede llamar más el dibujo, la música, las palabras, el razonamiento lógico, etc. y según el ambiente, los estímulos y las posibilidades, se desarrollan o quedan ahí, en la infancia, o como una válvula de escape en la adultez y nada más. Pero si esa predisposición se trabaja (y se toma el compromiso de hacerlo toda la vida) se convierte en talento.

Confieso que esta visión es bastante nueva en mí. Siempre que alababan mi capacidad de trabajo, mi compromiso con la escritura y la literatura en general, una parte mía lo vivía casi como un insulto. Sí, en serio. Lo que yo escuchaba que decían era “Talento no tiene, pero se esfuerza, eh. Le pone garra”. Me llevó mucho tiempo y, diría, muchos años de guiar a otros, terminar de entender lo peligroso que es el fantasma del talento.

Dedicar la vida entera

¿Estás pensando que suena demasiado fácil, voluntarista casi? ¡Abajo con la tiranía del talento, basta con querer escribir! Ya sé, suena muy de esta era de “ay que no haya límites por favor, todos podemos todo”. Bueno, no, no es mi enfoque. Ni cerca. En realidad, la idea de un talento que se tiene, es decir, que es parte de quién sos, vino con vos y se va ir con vos, es mucho más tranquilizadora de lo que yo planteo. Basta con saber si estás entre las elegidas o no. Y si estás, entonces será así de aquí a la eternidad. Lo que yo planteo es que para que realmente surja el talento, hay que dedicarle, ni más ni menos que la vida entera. No hay un punto de llegada, como la comida cuando está lista. Nunca se termina la práctica, nunca se puede dormir en los laureles. 

Sí, para mí el talento se pierde. Por falta de uso pero también por abuso (pero eso ameritaría otra entrada en el blog). La buena noticia es que siempre se puede recuperar, del mismo modo que un adicto puede recaer y volver a rehabilitarse (un poco fuerte mi comparación, lo admito).

¿No hay nada que venga con nosotros, entonces? ¿Todo depende de la práctica? Creo que se les resta mucha importancia a las inclinaciones, a eso que instintivamente nos llama la atención, incluso de muy chicos. Creo que la sensibilidad hacia el arte (cualquier arte) es parte del ser humano, pero hay a quienes eso los llama mucho más que al resto. ¿Cómo? Porque los conmueve más fácil, porque se les vuelve necesario, porque se les impone una tarea (escribir, tocar un instrumento, lo que fuera) más allá de lo que pase después con eso. El problema está en cambiar el foco de esa devoción y volcarla solo del lado de los resultados (el aplauso, el reconocimiento). Todo eso es lindo, hace bien, claro, pero en el fondo no significa nada, porque la práctica es un fin en sí mismo.

Por eso creo que es imposible responder la pregunta del título: quien está escribiendo y corrigiendo sus textos ya está trabajando su inclinación, está construyendo su talento. Más no se puede pedir.

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