Ya sé que la imagen de escritor/a profesional es la de quien se sienta todos lo días frente a la computadora o al papel y, como quien va a misa, se entrega al hábito de la escritura. Nunca ha sido exactamente mi experiencia y por suerte tengo la amistad de muchas escritoras y escritores como para saber que no estoy sola. Qué nos hace vencer la cotidianidad y pelear por el tiempo y el espacio mental para escribir es un misterio para mí, pero hace bastante que vengo pensando sobre eso. En especial qué me hace no escribir.
Hace unos meses había llegado a la conclusión que el problema era que no terminaba de definir un proyecto de escritura claro, garrapateaba ideas aquí y allá, pero no había una organicidad, entender que necesitaba ir más allá de escribir algo de vez en cuando. Cuando finalmente pude encontrar el proyecto que quería (y mi tema no era la falta de ideas, era que no tenía claro el deseo), los planetas parecían alineados. Así pude ponerme a trabajar en eso prácticamente todos lo días. No mucho tiempo, es verdad, media hora, cuarenta minutos como máximo. Pero subestimamos lo que media hora diaria puede lograr si se hace todos los días de manera sostenida. Ahí creí que había encontrado la clave: cuando no puedo encontrarme con la escritura, es que no tengo un proyecto claro, me falta dirección.
Todo iba muy bien, pero desde febrero ando con la vida un poco más enrevesada de lo usual (porque la naturaleza de la vida es esa, ¿o no?, ser enrevesada) y mi hermoso hábito se fue al tacho. Si bien sé que está relacionado con un estadio puntual en el que estoy en el proyecto, también me llevó a revisar mis mentiras, eso que me digo para justificar que, ay sí, hoy tampoco escribí ficción.
No tengo tiempo
Clásico de clásicos, mi mentira por excelencia. Los seis meses de escritura constante me demostraron que es una falacia: cuando quiero escribir, el deseo se encarga de encontrar el tiempo. En palabras de mi adorada Liliana Heker: las ganas de escribir vienen escribiendo. Bueno, el tiempo para escribir nace de las ganas.
Ahora bien, ¿cómo se rompe ese círculo vicioso? Porque no encuentro el tiempo porque el deseo no es tan fuerte y no consigo conectarme con el deseo porque no me siento a escribir… ¿Entonces? Yo creo que el hábito hace al monje. El “cuando pueda” termina significando nunca y es una excusa para no hacer. Un punteo que espero sea el hilo de Ariadna para salir de ese laberinto sería este:
- Negociar lo posible: Me encantaría tener tres horas diarias para escribir ficción, pero hasta que viva de rentas, el crío alcance la adultez o yo consiga volverme betseller (soñar no cuesta nada), imposible.
Pasar de cero a mil no se puede, así que negocié conmigo objetivos posibles, no ideales. Al principio fue “tres medias horas a la semana tengo, solo se trata de encontrarlas”. Después entendí que al cuerpo le gusta la regularidad y que tenía que apostar por hacerlo todos los días. Busqué acostarme más temprano y levantarme media hora antes de tener que empezar con la rutina de la mañana. Lo primero que hacía (uso el pasado porque, bueno, estoy peleando para recuperar el hábito) no bien salía de la cama era agarrar mi cuaderno y escribir (sí, es más trabajo pasar después el material, en eso estoy ahora con la segunda parte de mi proyecto, pero también me obligaba a estar más enfocada, la compu a mí, me aniquila. Sobre las ventajas de la escritura manuscrita hablé acá, por cierto).
Aposté por el hábito más que la productividad (ni hablemos de la calidad, al fin de cuentas era un primer borrador).
Si estás en un intríngulis parecido, buscá qué sería ese posible para vos. Apostá por la frecuencia y no la duración. Es más fácil encontrar bloques cortos y la escritura se parece más de lo que creés a un deporte.Nadie entrena una sola tarde por semana y espera mejorar su rendimiento.
- Identificar cuáles son mis “ladrones de tiempo”
Tengo la rutina de tomarme el tiempo que me llevan los distintos aspectos de mi vida laboral (Es un truco de traductora que en otro posteo puedo explicar).
El concepto sirve para lo que no es trabajo también (yo no me tomo el tiempo, pero lo tengo concientizado).
Ahí conviene preguntarse: ¿a qué actividades estoy dispuesta a renunciar o acortar para dedicárselo a la escritura?
Puede ser el tiempo en redes, las series que mirás, puede ser incluso que no estás siendo tan eficiente en tu trabajo y que si resolvieras cosas que sabés que estás estirando, podría aparecer el hueco para la escritura.
Eso sí: recomiendo FERVIENTEMENTE que no recortes el tiempo de sueño (sí, hablo por experiencia). No suma a tu calidad de vida, por ende tampoco a tu escritura.
No estoy inspirada
Ya hablé acá sobre cómo pienso la inspiración. Claramente nadie que se tome en serio la escritura cree que solo puede escribir si está inspirada. Pero esta creencia es tramposa y tiene maneras de disfrazarse. En mi mundo es “no estoy de humor”. Es decir, en este momento no estoy en un estado en el que valga la pena escribir, mejor esperar a estar emocionalmente “mejor”, “más animada” o lo que fuere, y el producto final va a ser mejor. Básicamente es desconexión con el deseo.
La trampa acá es doble. Una es la que ata la tarea al resultado (y mi propia emocionalidad a este), es decir, me desconecto de que lo importante es estar escribiendo y no la calidad del texto en sí. La segunda es olvidar que “las ganas de escribir vienen escribiendo”. La mejor manera de reconectarme con el deseo es escribir.
Para romper con la primera, me gusta recordarme esta frase de Abelardo Castillo: “Sólo se escriben borradores. Un escritor es el que escribe el borrador más hermoso”.
Debería, seriamente, considerar hacerme un cuadrito con eso y tenerlo en la pared donde está el monitor.
Yo siempre digo que el primer borrador (y podría decir el segundo, incluso el tercero) es un mal necesario, un transe por el que hay que pasar para poder empezar a entender qué es lo que uno quiere contar. Pero a veces me lo olvido, o creo que estoy por encima de eso, no sé. Lo cierto que mi “ahora no, después”, está cargado de la expectativa del producto final.
Con respecto a la segunda, no hay mucha vuelta que darle, sentarse y escribir. Pero sentarme amorosamente, porque (y esto yo necesito repetírmelo mucho) el látigo no vale. La creatividad se lleva MUY mal con las imposiciones. Se trata solo de reconectarme conmigo (yo soy, al fin de cuentas, alguien que escribe, eso lo entendí hace ya un tiempo. Y te lo conté acá, por cierto) y darme un espacio para algo que me hace bien.
Porque, siendo completamente honesta, cuando no escribo nada de nada (ni siquiera para el blog o redes) soy un ser bastante insoportable.
Estoy muy cansada
Este es un combo de los dos anteriores: es la razón del “no tengo tiempo” y de “no estar de humor”. La respuesta es la misma, pero (y este pero es muy importante), atendiendo a un hecho innegable: hay días que, como dice una tía mía, solo me faltó andar en helicóptero. Reconocer todo lo hecho es importante. Cuando paso muchos días así, trato de ver cuándo y cómo puedo aligerarme la agenda. No se trata de que la escritura sea una imposición más (volvemos a “el látigo no vale”), sino de bajar la omnipotencia y recordar que el día tiene veinticuatro horas, no treinta y seis.
Si igual no tenés talento (o “nunca vas a escribir como X o Y”)
Reconozco que esta me atormenta cada vez menos. Puede pasarme en una etapa avanzada de la corrección donde ya siento que todo perdió sentido, estoy harta de ese proyecto y lo veo lleno de baches. En general, cuando me aparece esta voz maldita, ataca no mi capacidad de escribir en sí (de poner una palabra junto a otra, digamos), sino a mi imaginación, a todo ese mundo creado (sí, soy re simpática conmigo). O sea, de ahí a “lo que pasa es que vos sos una tarada a la que no se le ocurre nada bueno”, estamos a un paso.
Con los años reconozco que cuando ese estado asoma la nariz, es momento de parar, tomarme un respiro del proyecto. Con algo de distancia nada en un texto (o el texto mismo) es tan bueno, ni tan malo.
De las comparaciones no se salva nadie, y aunque yo ya sé que nunca seré Shakespeare (algo de lo que también escribí para La Balandra), me gusta, para esos momentos repetirme esta frase del poeta bengalí Rabindranath Tagore «El bosque sería muy triste si solo cantaran los pájaros que mejor lo hacen», y eso que el tipo ganó un nobel, eh.
Y con este proyecto ¿qué vas a hacer?
Esta voz me puede, debo reconocer. El problema es que implica poner el carro delante del burro. Para preocuparme por dónde y cómo voy a publicar lo que estoy escribiendo primero tengo que tener un libro terminado, con todo lo que “terminado” implica, porque por el momento andamos de borradores.
El miedo de que todo termine eternamente en un cajón es grande, pero también conviene recordar que en los tiempos que corren, siempre hay opciones para que ese texto vea la luz.
Para mí, igual, lo principal es recordar que la literatura no es apta para ansiosos, tiene tiempos propios (como el arte en general, diría) y hay que saber respetarlos.
Me siento tan identificada que me alegra no estar sola 😄 y eso que pienso: seguro que la Azu tiene menos dudas que yo, escribe mejor y es mucho más productiva 🤣 Estamos todas/os en la misma!!! 🤷🏻♀️
Es que el pasto siempre se ve más verde en el jardín del vecino, y nos llenamos de mitos absurdos. Si eso te resonó, no te pierdas la entrevista con Mori Ponsowy acá, porque ahí una ve muchas cosas que imagina que autores con la trayectoria de ella ya tienen «resuelto». Y también ahí, después, me permito reflexionar por qué cierta duda es muy sana en el arte.
Gracias por pasarte por acá.