Fuerza, cuento de Azucena Galettini

«Fuerza» (cuento)

Este relato corto de Lo único importante en el mundo, se había publicado en Télam y en el blog de la Fundación TEM, pero los enlaces desaparecen con el tiempo, así que me dieron ganas de compartirlo por acá.

El libro, que se publicó en 2010, se sigue consiguiendo. Acá podés ver más información sobre el libro.

Ahora sí, el cuento.


—Claro, entiendo. Seguro —dice ella.

Corta y tira el inalámbrico contra el piso. Pedazos de plástico negro que vuelan por el cuarto.

—Forro de mierda.

Se tira hacia atrás en el sillón. No va a llorar, no le va a dar el gusto. Fuerza, le falta “fuerza”. Todo muy lindo, muy bien pintaditos, sí, pero para exponer te falta fuerza. Los cuadros están en el piso, apilados contra las paredes. Y ella que ya los imaginaba colgados en la galería, que ya pensaba qué se iba a poner el día de la apertura. Una pelotuda. Qué sabía ese tipo de arte además, expondría latas de aceite si eso diera plata. Un par de cuadros más… como si fueran figuritas. Pongo esta, sale la otra. ¿Ahora sí? ¿Ahora ya puedo exponer? Tendría que ir, agarrarlo a la salida de la galería y cortarle la garganta de oreja a oreja. Un cuadro más, bien fuerte: “Hombre crucificado” y ponerlo sobre un lienzo, así, con los brazos abiertos, con la sangre como decoración. Un éxito total.

Le molesta la luz. Se para y baja la persiana. La penumbra hace más evidente el polvo. Mirá cómo vivís. No se puede crear en un atelier sucio. Va hacia el armario y saca el escobillón y el plumero. Si va a limpiar lo tiene que hacer bien. Levantar todos los cuadros, todas las cosas tiradas, correr el sillón, barrer todo. Después limpiar los restos de pintura en las paletas, en la mesa. Dejar todo impecable, mover la energía. Claro, mover la energía. Por eso ella viene tan trabada últimamente, por eso nunca nada sale. Todo siempre a punto de, sin que se llegue a concretar. Empieza a poner los cuadros en la mesa, apilándolos pero tratando de no mirarlos. Toda su producción está en ese cuarto… lo que vale la pena, al menos. El piso queda libre. Los cuadros sobre la mesa. Toda su vida, todo su tiempo apilado en ese pequeño espacio.

No mires, ponete a barrer y no mires. Pero ya está delante de la mesa, mirando, sacando uno a uno, viéndolos, sintiendo la textura, las pinceladas demasiado gruesas de unos, demasiado débiles de otros. Es como si ella no los hubiera hecho, como si nos los conociera. Son una porquería. Tendría que darle vergüenza pensar en exponer. ¿Encima se enoja porque le dicen que tal vez si pintara un par de cuadros más…? Dedicate a otra cosa, esto no es para vos. Tendría que prenderles fuego. Un poco de nafta, un fósforo y puff, como si nunca hubieran existido. Ella se queda adentro y listo, es como si ella tampoco nunca hubiera existido.

Una nena melodramática. Enferma…. además de fracasada, enferma.

En la parte de abajo algunos cuadros tienen suciedad pegada, de tanto estar contra el piso. Va a buscar un cuchillo. Serán una porquería pero al menos puede tenerlos presentables. Le gusta el contacto del cuchillo. El mango de metal, el frío en la piel. Sería tan fácil… es tan fácil. La tela cede. El ruido que hace al desgarrarse es maravilloso.

—Puta madre.

Se cortó. Ni un cuchillo sabe usar bien, y ahora la sangre sale como si no fuera a parar más. Busca un trapo. No hay nada limpio, por supuesto. Y de golpe ahí está: un lienzo vacío, esa blancura que siempre la excitaba cuando tenía un cuadro en la cabeza. Apoya la mano. Blanco que se transforma en rojo. La mano hacia arriba, una curva. No es raro que ella pinte sin pincel. Cierra los ojos un segundo. Le gusta sentir la aspereza en la yema de los dedos. Duele, pero no importa. Ya lo puede ver, como si lo hubiera pintado: un nuevo cuadro, sí. Lleno de fuerza.

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