Semana de contratapas

Aquí, un texto que escribí para el suplemento Cultura, del diario Tiempo Argentino, inspirada en la foto de la entrada.

Jugar a ser otro

 

Un sombrero de papel de diario, la mano sobre la boca del estómago y una declaración indiscutible: “Soy Napoleón”. En un chico, es algo encantador. En un adulto, si no se alega algún tipo de performance –y ni siquiera ahí la cosa es segura–, significa un pasaje al psiquiátrico. Es que de chico nada es más fácil que ser otro. Ni siquiera hace falta disfrazarse, alcanza con decir: “¿Dale que éramos…?”. Y nadie se preocupa: todo chico tiene claro que en algún momento el juego termina y se vuelve a ser el de siempre. Tan claro como sacarse un disfraz.
De grandes necesitamos fiestas, eventos especiales, para entrar en el juego de ser otro, disfrazarnos sin sentirnos ridículos. Y ni siquiera entonces es tan fácil creernos el juego y convivir con ese grado necesario de locura que en la infancia manejábamos tan bien. Imaginemos, sino, a un adulto que va una fiesta de disfraces vestido de Napoleón y se la pasa hablando de sus planes para invadir Europa. A la media hora no tendría con quién cruzar ni media palabra. Si al menos se trajo algunos mapas, va poder entretenerse jugando solo, marcando los distintos caminos para sus tropas. “¿Viste al loco que se cree Napoleón?”. Nadie pensaría que se trata de un buen hombre que entró en el juego.
Y aunque tampoco me imagino sentándome con tranquilidad a escuchar cómo será la invasión a Europa, muchas veces no puedo sino creer que la verdadera locura es elegir caminar por una calle gris, paraguas en mano, vestidos de oscuro, antes que ser un chico con un disfraz colorido de Napoleón, y reírnos de la lluvia.

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